sábado, 16 de octubre de 2010

Esperando en Dios y tomando aliento
Por Andrew Murray
Procura  tener  la mayor  confianza posible de que aunque tú no puedes ver dentro de tu corazón, Dios está obrando  allí  por medio  de  su  Santo  Espíritu.
  Espera en Jehová; Ten valor y afianza tu corazón; (Salmo 27: 13.)
El Salmista acaba de decir: «Hubiera yo desmayado, si no creyera que  he  de  ver  la  bondad  de  Jehová  en  la  tierra  de  los  vivientes.»  Si  no hubiera sido por su fe en Dios, su corazón hubiera desmayado. Pero, en la seguridad y confianza en Dios que da  la  fe, se  insta a sí mismo y nos insta  a  nosotros  a  recordar  una  cosa  sobre  todas:  el  esperar  en  Dios. «Espera en Jehová; ten valor y afianza tu corazón: sí, espera en Jehová.» Uno  de  los motivos  principales  para  esperar  en  Dios,  uno  de  los más profundos  secretos de  su bendición, es  la convicción  firme  y confiada de que no es en vano; el valor de creer que Dios nos oirá y nos ayudará; esperamos  en  Jehová,  un  Dios  que  nunca  puede  decepcionar  a  su pueblo.
«Ten  valor  y  afianza  tu  corazón.»  Estas  palabras  se  encuentran  con frecuencia en  relación con alguna cosa difícil, ante  la perspectiva de una  lucha con fuertes enemigos, y ante  la  lastimosa  insuficiencia de todo esfuerzo humano. ¿Es el esperar en Dios una obra  tan difícil, que sean  necesarias  estas  palabras:  «Ten  valor  y  afianza  tu  corazón»?  Sin duda  alguna.  La  liberación  que  hemos  de  esperar  es  de  enemigos nuestros, ante cuya presencia  somos  impotentes.  Las bendiciones que hemos de pedir son todas espirituales e  invisibles; cosas  imposibles para con  los hombres;  realidades celestiales,  sobrenaturales, divinas. Nuestro corazón  está  a  punto  de  desmayar.  Nuestras  almas  están  tan  poco acostumbradas  a  tener  amistad  con  Dios,  que  el  Dios  en  el  que esperamos  a  veces  parece  que  se  esconde.  Los  que  tenemos  que esperar  nos  sentimos  tentados  a  temer  que  no  esperamos  bien,  que nuestra fe es demasiado débil, que nuestro deseo no es tan recto o tan sincero  como debería  ser, que  nuestra  entrega  no  es  completa.  Entre todas  estas  causas de  temor  o  duda,  ¡qué  bendición  es  oír  la  voz de Dios:  «Espera en el  Señor.  Ten valor  y afianza  tu corazón.  Sí, espera en Jehová» Que nada en el cielo, en  la  tierra o en el  infierno —nada—  te impida  esperar  en  tu  Dios  con  la  completa  certidumbre  de  que  no puede ser en vano.
La lección que nuestro texto nos enseña es que, cuando nos ponemos a esperar  en  Dios,  antes  tendríamos  que  decidir  que  esperaremos  en  El con la más confiada expectativa de que se presentará a nosotros y nos bendecirá. Deberíamos estar convencidos de que nada hay tan seguro como  que  el  esperar  en  Dios  nos  traerá  bendición  incontable  e inesperada.  Estamos  tan  acostumbrados  a  juzgar  a  Dios  y  su  obra  en nosotros  por  lo  que  sentimos,  que  lo  más  probable  es  que  cuando empezamos a cultivar más el esperar en El, nos sentiremos desanimados porque no encontraremos ninguna bendición especial como  resultado. Este es el mensaje que debes oír: «Sobre todo, cuando esperas en Dios, hazlo en un espíritu de esperanza firme y abundante. Es Dios en su gloria, en su poder y su amor que anhela bendecir a aquellos que esperan en El.»
Si  dices  que  tienes  miedo  de  engañarte  con  una  esperanza  vana, porque  no  ves o  sientes  ninguna garantía en  tu presente estado para una expectativa tan especial, mi respuesta es: «Es Dios el que nos da la garantía  de  que  podemos  esperar  grandes  cosas.»  Aprende  esta lección: No vas a esperar en ti para ver lo que sientes y los cambios que ocurren en ti. Vas a ESPERAR EN DIOS, para saber primero LO QUE EL ES, y luego, lo que hará. Todo el deber y bendición del esperar en Dios tiene sus  raíces  en  esto:  que  es  un  Ser  tan  lleno  a  rebosar  de  bendición, bondad,  poder,  vida  y  gloria,  que,  por  desgraciados  que  seamos,  no  podemos  establecer  ningún  contacto  con  El,  sin  que  esta  vida  y  este poder secretamente, en silencio, empiecen a entrar en nuestra persona y a bendecirla. ¡Dios es amor! Esta es la sola y única garantía de nuestra expectativa. El amor busca  lo suyo: El amor de Dios es precisamente su deleite en  impartirse El mismo y  su bendición a nosotros. Ven y aunque te  sientas débil,  espera  en  su presencia. Como  un  inválido,  enfermo  y  débil, es llevado al sol para que se caliente allí, ven con todo lo que hay oscuro y frío en ti, al sol del amor omnipotente y santo de Dios, y espera allí, con sólo un pensamiento: Aquí estoy, bajo el Sol de tu amor. Como el sol hace su obra en el enfermo que busca sus rayos, Dios hará su obra en  ti. Confía en El más plenamente.  «Ten valor y afianza  tu corazón. Sí, espera en Jehová.»
"[...] Y  tome  aliento  vuestro corazón". (Salmo 31:23.)
Todo nuestro esperar depende del estado del corazón. Un hombre es y cuenta delante de Dios según es su corazón. No podemos adelantar un paso en el santo  lugar de  la presencia de Dios para esperar en El allí, a menos  que  nuestro  corazón  sea  preparado  para  ello  por  el  Espíritu Santo.  El  mensaje  es: «Esforzaos  todos  vosotros  los  que  esperáis  en Jehová, y tome aliento vuestro corazón.» La  verdad  aparece  tan  simple  que  es  fácil  preguntarse:  « ¿Pero  no admiten esto todos? ¿Qué necesidad hay de insistir en ello de modo tan especial?»  La  razón  es que muchos  cristianos  no  se dan cuenta de  la gran diferencia que  hay  entre  la  religión de  la mente  y  la  religión del corazón,  y  la  primera  es mucho más  diligentemente  cultivada  que  la segunda.  No  saben  cuánto mayor  es  el  corazón  que  la mente.  Es  en esto que hay una de  las causas principales de  la debilidad en nuestra vida  cristiana,  y  sólo  si  entendemos  esto  el  esperar  en  Dios  puede traernos su bendición plena.
Hay un  texto en Proverbios 3:5, que puede ayudarnos a hacer claro el significado. Hablando de una vida de temor y favor de Dios, dice: «Fíate de  Jehová  con  todo  tu  corazón,  y  no  te  apoyes  en  tu  propia experiencia.» En toda la vida religiosa hemos de usar estos dos poderes. La mente  tiene que  recoger el conocimiento de  la Palabra de Dios,  y preparar el alimento por medio del cual  se ha de nutrir el corazón y  la vida interior. Pero, aquí aparece un terrible peligro, el conocimiento y la aprehensión de las cosas divinas puede ser algo en que nos apoyemos.
La gente  se  imagina que  si estamos ocupados con  la  verdad,  la  vida espiritual  será  fortalecida,  como  cosa  natural.  Y  no  es  éste  el  caso  ni mucho  menos.
El  intelecto  o  comprensión  trata  de  conceptos  e imágenes de  las cosas divinas, pero no puede alcanzar  la vida  real del alma.  De  aquí  que  venga  la  orden:  «Confía  en  el  Señor  de  todo  tu corazón,  y  no  te  apoyes  en  tu  propia  prudencia.»  Con  el  corazón  el hombre cree y llega al contacto con Dios. Es al corazón donde Dios da su Espíritu, para que sea allí la presencia y el poder de Dios obrando en nosotros. En toda nuestra vida de fe es el corazón el que debe confiar y amar, adorar y obedecer. Mi mente es por completo impotente para crear  y mantener  la  vida  espiritual  en mí.  El  corazón debe  esperar  en Dios, para que El haga la obra en mí. En esto  es como  en  la  vida  corporal.  La  razón puede decirme que  la comida y la bebida me nutren, y cómo tiene lugar este fenómeno. Pero, en el comer y el beber mi razón no puede hacer nada: el cuerpo tiene sus  órganos  especiales  para  este  propósito.  De  la  misma  manera,  la razón me  dice  lo  que  se  halla  en  la  Palabra  de Dios,  pero  no  puede hacer nada para alimentarme el corazón con el pan de vida: esto sólo el corazón puede hacerlo por la fe y la confianza en Dios. Una persona puede  estar  estudiando  la  naturaleza  y  los  efectos del alimento o del sueño; cuando quiere comer o dormir, pone de lado sus pensamientos y estudios,  y usa  su poder para comer o beber. De  la misma manera el cristiano  necesita,  cuando  ha  estudiado  o  escuchado  la  Palabra  de Dios,  cesar  de  tenerla  en  sus  pensamientos,  no  poner  ninguna  fe  en ellos,  y por otra parte despertar  su corazón a que  se abra delante de Dios, y busque comunión viva con El.
Es por  la bendición de esperar en Dios que confieso  la  impotencia de todos mis pensamientos y esfuerzos, y me  inclino en silencio delante de Él, y confío en El para que renueve y fortalezca su obra en mí. Y ésta es precisamente  la  lección de  nuestro  texto:  «Esforzaos  todos  vosotros  los que esperáis en Jehová.» Recordemos  la diferencia entre conocer con la mente y creer con el corazón. Estamos alerta contra  la  tentación de apoyarnos  en  nuestra  propia  prudencia,  en  nuestros  pensamientos claros  y  firmes.  Estos  sólo  te  sirven  para  saberlo  que  el  corazón  debe obtener de Dios, en sí mismos no son sino imágenes o sombras. «Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová.» Presenta tu corazón ante El, como  la parte maravillosa de  tu naturaleza espiritual en  la cual Dios  se revela  y  por  la  cual  tú  le  conoces.
Procura  tener  la mayor  confianza posible de que aunque tú no puedes ver dentro de tu corazón, Dios está obrando  allí  por medio  de  su  Santo  Espíritu.
Que  el  corazón  espere  a veces en perfecto silencio y quietud; en su profundidad escondida Dios está obrando.
Asegúrate de esto, y simplemente, espera en El. Entrega todo  tu  corazón,  con  su  operación  secreta,  en  las  manos  de  Dios continuamente. El quiere tu corazón; toma posesión de él y mora en él. «Esforzaos  todos  vosotros  los  que  esperáis  en  Jehová,  y  tome  aliento vuestro corazón.» ¡Mi alma espera solamente en Dios!

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