lunes, 27 de septiembre de 2010

El eterno amor de Dios es el mismo ayer, hoy y siempre .


¡Por fin me podía tomar un muy necesario descanso de dos semanas!

En efecto, estaba contenta ahora que iba a poder relajarme con familiares
y amigos, lejos de las exigencias constantes que afronto en mi servicio
voluntario en el extranjero.
Llegué a la casa de mi familia y me disponía a olvidarme de todo, cuando de
pronto sentí el impulso de revisar mi buzón de correo electrónico.
Ni siquiera había sacado la computadora portátil de la bolsa de viaje.
Tuve la tentación de no molestarme en encenderla, procuré desechar la idea,
pero no lo conseguí. Al final cedí.
Tan pronto me conecté, vi que mientras viajaba se me habían acumulado
los mensajes en el buzón.
Empecé a verlos cansadamente, separando el spam de los de
los verdaderos mensajes.
Mientras lo hacía, me sorprendió encontrar una nota de alguien
que solo había visto unas cuantas veces y de quien no había
tenido noticias en mucho tiempo.
Después de leer el mensaje, llegué a la conclusión de que esa
debió ser la razón
por la que sentí apremio por revisar el correo.
El mensaje decía:

En estos últimos meses he estado muy ocupada.
Siento no haber podido comunicarme antes. ¿Me perdona?
Extraño los artículos y cartas amables que me enviaba.
Hace veinte días, unos análisis revelaron que tengo cáncer.
Gracias a Dios, aún no se ha extendido. Me van a operar muy pronto.
Me gustaría que pudiera venir al hospital ese día o cualquier otro.
Estaré ingresada una semana. ¿Podría venir?
No me da miedo operarme, ¡pero estoy un poco preocupada!
Cuando me enteré, me sentí traicionada.
Confiaba en mi salud, y de pronto resulta que tengo cáncer.
Estuve muy desilusionada y triste.
Luego oré. Dios no me abandonará.
Nunca lo ha hecho.
Su bondad y misericordia siempre me han acompañado y protegido.
Me dio señales que ayudaron a que la enfermedad se descubriera
en una fase temprana. Creo que me pondré bien.

Muy conmovida por que aquella buena mujer me pidiera ayuda
en un momento de necesidad, envié una nota a una compañera
que se encontraba en casa, pidiéndole que se comunicara con
ella en mi ausencia y
si fuera posible,
la visitara y orara por ella.
Asimismo, le envié un correo en que le explicaba
que estaba ausente y había pedido a una amiga, a la que también conocía,
que la llamara y visitara. Le prometí orar por ella.
Casi un mes después volví a casa, y me enteré de que mi compañera había
visitado a aquella señora en el hospital poco después de la operación.
El día anterior había pasado por una experiencia en el umbral de la muerte
por complicaciones postoperatorias.
Mientras se encontraba entre dos mundos, tuvo la clara sensación
de que aún no había llegado su momento de morir,
de que Dios todavía tenía planes para su vida.
La habían revivido y agradecía estar viva pero, por raro que parezca,
la experiencia la había dejado preocupada y deprimida.
En ese estado la encontró mi amiga; sin embargo, después de que
conversaron un rato,
la señora se animó, mientras asía con fuerza la mano de mi amiga
orando juntas para que cobrara ánimo
y se recuperara con celeridad.
Telefoneé a la señora, y me explicó cómo la había conmovido la visita.
Que mi compañera fuera a visitarla significó mucho para ella.
«Fue como si me hubiera visitado un ángel», me aseguró.
Aunque la batalla por su salud aún sigue, nos dio sinceramente
las gracias a las dos por nuestras oraciones,
y nos pidió que la visitáramos en su casa.
Antes de visitarla, tuve el impulso de preparar una tarjeta con algunos
pasajes de las Escrituras en los que Jesús, el Gran Médico, mientras
estaba en la Tierra,
«anduvo haciendo bienes y sanando a todos», indicando también
que según la Biblia Él
«es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Hechos 10:38; Hebreos 13:8).
Mientras oraba y pensaba en qué más decirle, escribí a vuelapluma
palabras sanadoras y llenas de amor.
Jesús mismo quiso expresar Su amor y preocupación por aquella
buena mujer, y Él terminó el mensaje con una breve
oración que podía hacer.
Conversamos en su casa y le expliqué que mientras oraba había
recibido un mensaje de ánimo para ella de parte de Jesús,
y que esperaba que no se ofendiera si se lo entregaba.
Respondió categóricamente: «Aunque soy de otra religión,
¡amo mucho a Jesús!
Cuando estoy preocupada o intranquila,
escucho un cassette de un cantante famoso
que grabó dos oraciones, una para Semana Santa y otra para Navidad.
La que habla de la crucifixión y resurrección de Jesús me infunde
mucha tranquilidad.»
Abrió el sobre que contenía la carta y se puso a leer el mensaje de Jesús,
y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Un poco avergonzada, preguntó si podía leer el resto más
tarde aquella noche.
La siguiente vez que hablé con ella, me dijo que había vuelto a leer
todo el mensaje y hecho la oración.
Y añadió: «Me llené de paz interior. Ahora he aceptado lo que
Dios me ha traído en la vida, y estoy segura de que todo se resolverá.»
Seguimos conversando, y las dos llegamos a la conclusión de que
lo que en realidad
importa en la vida es lo que creemos, amar a Dios y aceptar Sus palabras.
¡Cuánta diferencia haría en este pobre mundo en el que cada vez
se levantan más barreras entre los pueblos y las religiones
si saliéramos al encuentro de los demás, tendiéramos puentes y nos concentráramos en lo que en realidad importa: amar a Dios y comunicar
Su amor al prójimo! Es evidente que Dios no hizo acepción de personas
cuando envió a Jesús al mundo para manifestar Su amor a toda la humanidad.
El eterno amor de Dios no ha cambiado, y Jesucristo, que sanó corazones
y cuerpos, es el mismo ayer, hoy y siempre.

Mensaje de Jesús con palabras de ánimo
En la tarjeta que acompañó el mensaje, escribí:

Me alegra que pudiéramos vernos hoy. Desde que recibí su correo la tengo presente en mis oraciones. Aun en situaciones difíciles como la enfermedad,
Dios puede sacar algo bueno.
Una bendición que ya ha sacado de esta es que nos ha acercado a las dos.
También nos ha ayudado a recordar las cosas más valiosas en la vida,
como vivir cerca de Dios y preocuparse por el prójimo.
¿Alguna vez ha percibido una suave voz que la guía y le habla al corazón,
animándola o brindándole paz? Pues bien, cuando rogaba hoy por usted tuve
esa experiencia y recibí unas palabras muy bellas. Son de Jesús, de quien dice la Biblia: «Recorrió Jesús toda Galilea sanando toda enfermedad y toda
dolencia en el pueblo.
Y le trajeron todos los que tenían dolencias y los sanó. (Mateo 4:23-24).
Y también: «Estas señales seguirán a los que creen: sobre los enfermos
pondrán sus manos, y sanarán» (Marcos 16:17-18).
«Todas las cosas son posibles para Dios» (Marcos 10:27).
Ojalá que el siguiente mensaje personal de Jesús le sea una fuente
de fortaleza y ánimo. La quiero mucho y seguiré orando por usted.



Hace muchísimo tiempo, cuando estuve en la Tierra, hacía el bien a
todo el que se cruzaba por Mi camino.
Sanaba a los enfermos, consolaba a los afligidos, alentaba a los desanimados
y fortalecía a los débiles. ¡Y Mi amor y poder siguen siendo los mismos!
Todavía anhelo sanar a los que sufren, y aún animo a los que llevan cargas
pesadas y pasan por momentos difíciles.
Desde que volví al Cielo he ayudado a muchos que acudieron a Mí y
me contaron sus necesidades, y anhelo hacer lo mismo contigo.
Todo lo que necesitas es fe.
Basta con que creas que Yo, el Gran Médico, todavía puedo sanarte.
Solo estoy a una plegaria de distancia, amada Mía.
Cuéntame tus problemas, temores y preocupaciones, y pídeme que
te ayude y sane.
En algunos casos, la curación del cuerpo toma tiempo
-Dios conoce el mejor momento para ello- pero puedo darte en un instante
la salud del corazón, serenidad en lugar de confusión y fe en vez de temor.
Aunque no lo puedes entender con la mente, si pides con fe, cuando ocurra
sabrás que te he tocado.
Acude a Mí cuando quieras, y te daré alivio. Puedes orar:
«Jesús, creo que eres el Gran
Sanador y puedes darme Tu poder sanador del Cielo.
Sé que no soy perfecta ni merezco tan magnífico regalo,
pero creo que por la misericordia y gran amor de Dios me lo puedes hacer.
Te ruego que cures mi corazón y elimines el temor y la preocupación, que me
des Tu paz, que sobrepasa todo entendimiento, y sanes mi cuerpo con Tu poder.
Confío en que eres capaz y en que, si te abro el corazón, jamás me dejarás,
sino que serás un Amigo eterno a quien pueda acudir en busca de ayuda
cuando lo necesite.
Te agradezco que escuches mi oración.»
Es así de sencillo. Oigo el más tenue suspiro de tu corazón.
Incluso respondo a los que claman a Mí con una pizca de fe
-una fe tan pequeña como un grano de mostaza-.
Vine al mundo para manifestar el amor de Dios a toda la humanidad,
y es un amor eterno.
Puedes confiar plenamente en este amor.
Y recuerda: solo estoy a una oración de distancia.
Jesús

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