| |||
Paradigmas, pensamientos, fortalezas mentales causantes de la falta de cambio. “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre (...) renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestios del nuevo hombre, creado según Dios” (Efesios 4:22-24). Los paradigmas para los creyentes son aquellas estructuras mentales firmes, resistentes al cambio y casi siempre negativas, que gradualmente reducen la visión, la esperanza y la fe. Los paradigmas están formados por pensamientos que se aglutinan en conceptos y van dando forma a nuestra manera de pensar, para culminar afectando directamente nuestra conducta. El peligro radica en el hecho que una vez que una persona recibe un paradigma, pasa a almacenarlo en su memoria y no vuelve a cuestionarlo más; lo acepta como la verdad definitiva, sin percatarse que en realidad se ha convertido en un esclavo del paradigma. En otras palabras, los paradigmas vienen a ser bloqueos mentales –más sólidos que una pared de concreto armado– que nos separan de las bendiciones que Dios desea otorgarnos. He conocido personas que no aceptan la sanidad divina, porque les enseñaron que Dios ya no sana hoy. Recibieron la enseñanza, la guardaron en su corazón y la hicieron suya. Cuando llega la enfermedad, acuden al médico y buscan alivio por todos los medios naturales disponibles. Sin embargo, sus paradigmas les impiden esperar un milagro de sanidad, les prohíben literalmente creer a Dios por una intervención divina. En una oportunidad me encontraba en México en una reunión. Descendió la gloria de Dios con gran poder y la virtud sanadora de Cristo comenzó a sanar a todos los que necesitaban sanidad. |
Yo, que contemplaba todo desde la plataforma, me percaté que una hermana, una señora de edad avanzada, permanecía inmóvil.
– Hermana, ¿desea que ore por usted? –le pregunté acercándome a ella.
– Yo no puedo caminar –respondió.
– Pero, ¿ve usted lo que Dios está haciendo? ¿Se da cuenta de los milagros que están pasando a su alrededor? –inquirí.
– Yo no puedo caminar –me repitió.
Volví a la carga, invitándola, desafiándola a creer.
– Ya le dije que yo no puedo caminar –insistió.
Bueno, yo perdí un poco la paciencia.
– Yo no le pregunto si puede caminar. Yo le pregunto si usted desea recibir un milagro de Dios.
– ¡Yo no puedo caminar!
A estas alturas yo ya estaba muy enojado con el diablo al percibir que las fortalezas mentales de esta mujer la tenían totalmente aprisionada. Como queriendo proceder contra esas fortalezas mentales, alcé mi mano y con fuerza la “impuse” sobre la espalda de ella. Ante el golpe –y para sorpresa de todos– la mujer comenzó a correr. No solo caminó. Ella corría delante de todos nosotros. Sí, hubo necesidad de darle “un pequeño empujón”, pero logró zafarse de las cadenas de prisión a las que había estado sometida por causa de lo que creía con todo su corazón (ver Proverbios 23:7).
Los paradigmas son ideas que nos impiden cambiar, nos impiden creer y esperar recibir bendiciones de parte de Dios. Son estructuras intelectuales y emocionales que nos adhieren a la realidad presente.
La necesidad de renovar continuamente nuestro entendimiento a través de La Palabra de Dios, se hace imprescindible, si es que hemos de avanzar.
Me viene a la mente la cita del doctor José Batista: “El cambio no es aprender, es desaprender; el desaprender produce sufrimiento, puesto que la lucha contra las grabaciones neurofisiológicas grabadas por las experiencias, los refuerzos y las consideraciones, mantienen a la persona atada a la realidad conocida que, como no hace reto al sistema neurofisiológico, no produce sufrimiento; por lo tanto, no se rechaza. El problema es serio cuando aquel es confrontado con la nueva realidad, que demanda un cambio; entonces está totalmente desarmado para el cambio, puesto que se niega a sufrir”.
El ser humano prefiere quedarse a vivir en un territorio conocido, aunque este en realidad sea una prisión, con tal de evitarse el sufrimiento que significa el cambio, como lo explica el Dr. Batista.
Si queremos identificar los paradigmas que nos dominan, basta con revisar nuestra reacción cuando somos desafiados a creer en Dios.
Cuando La Palabra de Dios, una prédica o un amigo se acerca y nos invita a estirar nuestra fe, a creerle a Dios por algo mayor de lo que estamos acostumbrados a creer, solemos ventilar todas las excusas, frustraciones y paradigmas que hemos memorizado.
En este sentido, los paradigmas pueden funcionar como una especie de mecanismo de defensa. El creyente necesita una transformación integral, una que incluya la renovación del entendimiento y la adopción de una cosmovisión totalmente bíblica. Extracto Tomado del libro: El poder transformador del evangelio de Jesucristo Editorial Peniel |
No hay comentarios:
Publicar un comentario