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Espera en Jehová; Ten valor y afianza tu corazón; (Salmo 27: 13.) El Salmista acaba de decir: «Hubiera yo desmayado, si no creyera que he de ver la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes.» Si no hubiera sido por su fe en Dios, su corazón hubiera desmayado. Pero, en la seguridad y confianza en Dios que da la fe, se insta a sí mismo y nos insta a nosotros a recordar una cosa sobre todas: el esperar en Dios. «Espera en Jehová; ten valor y afianza tu corazón: sí, espera en Jehová.» Uno de los motivos principales para esperar en Dios, uno de los más profundos secretos de su bendición, es la convicción firme y confiada de que no es en vano; el valor de creer que Dios nos oirá y nos ayudará; esperamos en Jehová, un Dios que nunca puede decepcionar a su pueblo. «Ten valor y afianza tu corazón.» Estas palabras se encuentran con frecuencia en relación con alguna cosa difícil, ante la perspectiva de una lucha con fuertes enemigos, y ante la lastimosa insuficiencia de todo esfuerzo humano. ¿Es el esperar en Dios una obra tan difícil, que sean necesarias estas palabras: «Ten valor y afianza tu corazón»? Sin duda alguna. La liberación que hemos de esperar es de enemigos nuestros, ante cuya presencia somos impotentes. Las bendiciones que hemos de pedir son todas espirituales e invisibles; cosas imposibles para con los hombres; realidades celestiales, sobrenaturales, divinas. Nuestro corazón está a punto de desmayar. Nuestras almas están tan poco acostumbradas a tener amistad con Dios, que el Dios en el que esperamos a veces parece que se esconde. Los que tenemos que esperar nos sentimos tentados a temer que no esperamos bien, que nuestra fe es demasiado débil, que nuestro deseo no es tan recto o tan sincero como debería ser, que nuestra entrega no es completa. Entre todas estas causas de temor o duda, ¡qué bendición es oír la voz de Dios: «Espera en el Señor. Ten valor y afianza tu corazón. Sí, espera en Jehová» Que nada en el cielo, en la tierra o en el infierno —nada— te impida esperar en tu Dios con la completa certidumbre de que no puede ser en vano. |
Si dices que tienes miedo de engañarte con una esperanza vana, porque no ves o sientes ninguna garantía en tu presente estado para una expectativa tan especial, mi respuesta es: «Es Dios el que nos da la garantía de que podemos esperar grandes cosas.» Aprende esta lección: No vas a esperar en ti para ver lo que sientes y los cambios que ocurren en ti. Vas a ESPERAR EN DIOS, para saber primero LO QUE EL ES, y luego, lo que hará. Todo el deber y bendición del esperar en Dios tiene sus raíces en esto: que es un Ser tan lleno a rebosar de bendición, bondad, poder, vida y gloria, que, por desgraciados que seamos, no podemos establecer ningún contacto con El, sin que esta vida y este poder secretamente, en silencio, empiecen a entrar en nuestra persona y a bendecirla. ¡Dios es amor! Esta es la sola y única garantía de nuestra expectativa. El amor busca lo suyo: El amor de Dios es precisamente su deleite en impartirse El mismo y su bendición a nosotros. Ven y aunque te sientas débil, espera en su presencia. Como un inválido, enfermo y débil, es llevado al sol para que se caliente allí, ven con todo lo que hay oscuro y frío en ti, al sol del amor omnipotente y santo de Dios, y espera allí, con sólo un pensamiento: Aquí estoy, bajo el Sol de tu amor. Como el sol hace su obra en el enfermo que busca sus rayos, Dios hará su obra en ti. Confía en El más plenamente. «Ten valor y afianza tu corazón. Sí, espera en Jehová.»
"[...] Y tome aliento vuestro corazón". (Salmo 31:23.)
Todo nuestro esperar depende del estado del corazón. Un hombre es y cuenta delante de Dios según es su corazón. No podemos adelantar un paso en el santo lugar de la presencia de Dios para esperar en El allí, a menos que nuestro corazón sea preparado para ello por el Espíritu Santo. El mensaje es: «Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón.» La verdad aparece tan simple que es fácil preguntarse: « ¿Pero no admiten esto todos? ¿Qué necesidad hay de insistir en ello de modo tan especial?» La razón es que muchos cristianos no se dan cuenta de la gran diferencia que hay entre la religión de la mente y la religión del corazón, y la primera es mucho más diligentemente cultivada que la segunda. No saben cuánto mayor es el corazón que la mente. Es en esto que hay una de las causas principales de la debilidad en nuestra vida cristiana, y sólo si entendemos esto el esperar en Dios puede traernos su bendición plena.
Hay un texto en Proverbios 3:5, que puede ayudarnos a hacer claro el significado. Hablando de una vida de temor y favor de Dios, dice: «Fíate de Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia experiencia.» En toda la vida religiosa hemos de usar estos dos poderes. La mente tiene que recoger el conocimiento de la Palabra de Dios, y preparar el alimento por medio del cual se ha de nutrir el corazón y la vida interior. Pero, aquí aparece un terrible peligro, el conocimiento y la aprehensión de las cosas divinas puede ser algo en que nos apoyemos.
La gente se imagina que si estamos ocupados con la verdad, la vida espiritual será fortalecida, como cosa natural. Y no es éste el caso ni mucho menos.
El intelecto o comprensión trata de conceptos e imágenes de las cosas divinas, pero no puede alcanzar la vida real del alma. De aquí que venga la orden: «Confía en el Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.» Con el corazón el hombre cree y llega al contacto con Dios. Es al corazón donde Dios da su Espíritu, para que sea allí la presencia y el poder de Dios obrando en nosotros. En toda nuestra vida de fe es el corazón el que debe confiar y amar, adorar y obedecer. Mi mente es por completo impotente para crear y mantener la vida espiritual en mí. El corazón debe esperar en Dios, para que El haga la obra en mí. En esto es como en la vida corporal. La razón puede decirme que la comida y la bebida me nutren, y cómo tiene lugar este fenómeno. Pero, en el comer y el beber mi razón no puede hacer nada: el cuerpo tiene sus órganos especiales para este propósito. De la misma manera, la razón me dice lo que se halla en la Palabra de Dios, pero no puede hacer nada para alimentarme el corazón con el pan de vida: esto sólo el corazón puede hacerlo por la fe y la confianza en Dios. Una persona puede estar estudiando la naturaleza y los efectos del alimento o del sueño; cuando quiere comer o dormir, pone de lado sus pensamientos y estudios, y usa su poder para comer o beber. De la misma manera el cristiano necesita, cuando ha estudiado o escuchado la Palabra de Dios, cesar de tenerla en sus pensamientos, no poner ninguna fe en ellos, y por otra parte despertar su corazón a que se abra delante de Dios, y busque comunión viva con El.
Es por la bendición de esperar en Dios que confieso la impotencia de todos mis pensamientos y esfuerzos, y me inclino en silencio delante de Él, y confío en El para que renueve y fortalezca su obra en mí. Y ésta es precisamente la lección de nuestro texto: «Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová.» Recordemos la diferencia entre conocer con la mente y creer con el corazón. Estamos alerta contra la tentación de apoyarnos en nuestra propia prudencia, en nuestros pensamientos claros y firmes. Estos sólo te sirven para saberlo que el corazón debe obtener de Dios, en sí mismos no son sino imágenes o sombras. «Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová.» Presenta tu corazón ante El, como la parte maravillosa de tu naturaleza espiritual en la cual Dios se revela y por la cual tú le conoces.
Procura tener la mayor confianza posible de que aunque tú no puedes ver dentro de tu corazón, Dios está obrando allí por medio de su Santo Espíritu.
Que el corazón espere a veces en perfecto silencio y quietud; en su profundidad escondida Dios está obrando. Asegúrate de esto, y simplemente, espera en El. Entrega todo tu corazón, con su operación secreta, en las manos de Dios continuamente. El quiere tu corazón; toma posesión de él y mora en él. «Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón.» ¡Mi alma espera solamente en Dios! |
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